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Nacidos

para

morir

Carlos Gershenson García

 

Primera Parte

Prólogo

Todo comenzó con el nacimiento de Kris, la primera niña artificial. La pequeña no tenía mayor cualidad mas que no haber nacido de una madre, su madre había sido una máquina. El último grito de la moda biomecánica, en la BIOS 36X se había perfeccionado la última victoria del hombre sobre la naturaleza.

Los Laboratorios Anáhuac lanzaron al mercado mundial su juguete, en principio con fines médicos. Las mujeres que habían sufrido cáncer o wab uterino con consecuencias extripatorias, podían depositar un óvulo en la BIOS 36X, unirlo a un espermatozoide de su preferencia para crear un embrión (el cual con tecnología austera, se podía clonar las veces necesarias) y esperar sólo 6 semanas para que uno o varios hijos llegaran a sus brazos, gracias a la maravillosa ciencia humana.

Con la demanda de mujeres estériles, se desarrolló la BIOS 52B, la cual podía gametizar una célula del páncreas para poder crear un embrión, todavía en unión con espermatozoides.

Después vino la demanda de los hombres estériles. La DAX 3 podía generar espermatozoides a partir de casi cualquier célula.

En ese entonces había sólo unos pocos dilkos y mersefas, pero con pocos bastó para empezar. Los homosexuales quisieron también sus hijos, compartiendo los genes de su pareja en sus vástagos. Con la tecnología de ese entonces, se generaban gametos masculinos y femeninos indistintamente de cualquier persona de cualquier edad. Uno podía tener hijos de uno mismo. Luego también se pudo tener un hijo entre muchos, uniendo 2 embriones en uno. Así, uno hacía un embrión de sí mismo, luego lo unía a otro de sus 2 concubinos y era hijo de 3. Luego ese se podía unir con otro más y se hacía un hijo de 4 o de 5.

Como en la Gran Guerra y en la Gran Peste se acabó el problema de la explosión demográfica, se crearon niños y niñas artificiales a diestra y siniestra, con las más variadas combinaciones de padres (o padre). La nueva generación era fuerte, sin defectos (los defectuosos terminaban en comida para perros), defectos físicos.

La sociedad se había vuelto invencible. Al hacerlo, los problemas cotidianos los tornaron intolerantes. Como los hombres siempre entendieron mejor a los hombres y las mujeres a las mujeres, la afinidad heterosexual fue decayendo. "Ya no te necesito, me voy con Miguel, él sí me comprende, lo amo y vamos a tener un hijo, ya lo pedí por teléfono". "Pus vete con él, Mónica se me ha estado insinuando, y ella también tiene problemas con su gorila". "Gorila tu amiga". "Tú nunca me vas a hacer un hijo, porque tienes secas las pelotas. Mónica y yo tendremos tres gemelitas y las enseñaremos a odiar a los pinches hombres". "A ver quién odia más a quién". La población artificial fue aumentando, las relaciones heterosexuales disminuyendo.

La sociedad se partió. La unidad política terrestre lograda después de los Tratados de Cancún se desmoronaba. En la capital mundial, la Ciudad de México, se trazó la frontera, se dividió el planeta en 2. La ciudad quedó dividida por una línea imaginaria de Norte a Sur, donde ahora está el Muro. Hacia el Este, mujeres, hacia el Oeste, hombres. América al Norte de la ciudad , hombres, al Sur y Mar Caribe, Mujeres. Eurasia continental, mujeres. Africa, Groenlandia, Australia, Japón, Indonesia, Nueva Zelandia y todas las islas del Pacífico y del mar del Norte; hombres. Cada quién su gobierno, los dos en México. Como casi la mitad de la población mundial vivía en México, las mudanzas no fueron olas de peregrinaciones a través del mundo y sí una Jauja para los fleteros. Así todos estaban felices y contentos, hasta que sucedió lo que sucedió...

 

 

1

—Buenos días.

—Buenos días profesor.

—¿Hoy quién expone?.

—Yo maestro.

Gengis García se dirigió hacia la figura patibularia del profesor.

—¿No que mañana?

—No, sabroso.

—Bueno. —Se dirigió a sus 25 compañeros que lo miraban aburridos. —Este, a mí me tocó exponer la Gran Guerra. Empezó en el año de 2030. Este, los japoneses tenían una economía un poco crecida, y, este, los Estados Unidos estaban decayendo, entonces, el presidente Tim Atsis...

—Axis.

—Sí, eso. Pues que descubrió el peligro en que los japoneses tenían al mundo. También ellos tenían su botón rojo para mandar a la goma al planeta, pero sin misiles. Este, entonces lo que tenían ellos era que en cada aparato electrónico tenían una como bomba, y como todo el mundo estaba inundado de productos japoneses, kaput. Entonces, el tal Axis mandó un equipo secreto a ver qué onda. Desactivaron el botón rojo y luego mandaron los soldados. Cada quién se agarró sus aliados. Japón a toda Asia y a Africa, E.U. a Europa, Australia, y el resto de América, excepto México. No pudo obligarlo como a los demás porque eran los únicos que ya no tenían deuda externa. Además el Axis era chicano. A Japón también le debían por toda Asia, y a Africa se la ganó dándole dinero desde antes a los señores de la guerra, financió sus Revoluciones y puso a títeres que quiso, que habían estudiado en universidades japonesas, por supuesto. Eso es lo que siempre hacían para dominar un país. Este, bueno, los dos bandos querían ganarse a México, pero gracias a la pericia de sus embajadores, con años de experiencia en Chiapas, les dieron vueltas, hasta que un día, iba volando un cuervo por una base de E.U. y creyeron que era un misil japonés, lanzaron todos los suyos hacia posiciones japonesas, los japoneses lanzaron los suyos hacia las de E.U. y kaboom. Sólo sobrevivió el centro de México (porque a los mensos japoneses se les pasó la mano), algunas islitas casi desiertas y las cucarachas. Como estaba bien atascado aquí, mandaron gente a colonizar el mundo en ruinas, pero nadie quería así es que obligaron a unos cuantos a limpiar la radiación y restaurar la biosfera. Este, y luego firmaron los tratados de Cancún para que los mexicanos gobernaran el planeta. Luego vino la Gran Peste, por tanto muerto podrido, pero eso ya le toca a Domínguez y yo me lavo las manos.

—Muy mal Gengis.

—Ya le dije que me hable de usted.

—Ay, tú. Siéntate.

—Pero sobre de mí.

—Cállate Mendoza. —El borrador voló hasta impactarse con el cráneo de Mendoza.

RIIING

—Bueno, muchachos, jóvenes suculentos, —el maestro se limpió la baba— mañana vemos la Gran Peste. Hacen su resumen y el lunes hay examen. —Todos salieron corriendo y gritando de la jaula, no, aula de clases.

Gengis se dirigió hacia el patio trasero para echar la cáscara de fut. Rim le tomó la mano a Gengis. Éste la apartó violentamente. Rim le pellizcó una pompa.

—¿Qué te pasa, pendejo?

—Ay, ay, desde que ando con Sojis ya no hablo. Pinche egoísta.

—Pinche dilko.

—¿Y qué somos todos?

—Yo no, yo quiero ver una mersefa.

—¡¡¿Qué?!! ¿una mersefa? Pinche putote no mames, no me toques.

Rim salió corriendo como si se le hubiera aparecido una mujer. Gengis se quedó sólo con sus 16 primaveras recién cumplidas. ¿Qué había hecho?. Ahora todos lo iban a señalar, le hablarían a su papá, lo meterían en un manicomio. ¿Qué iba a decir Sojis?. Ya andaban un mes juntos. ¿En verdad estaba loco?.

Gengis corrió tras de Rim, lo alcanzó y lo besó violentamente, dejándolo estupefacto.

—Cómo crees, es que en verdad me gustas tú. Nada más era para ver que...

Rim se le lanzó encima.

En eso apareció Sojis, el dilko más guapo de la escuela y simplemente se le cayó la quijada hasta el piso. Gengis lo vio. Le gustaba mucho, pero ahora por su bocota lo tendría que dejar. Por más que le gustase no era una mersefa. Sojis se acercó.

—Por lo visto no te basta conmigo.

—No, Sojis, es que tú no entiendes, yo...

—Pues para que sepas nunca dejé de andar con Razz. Nada más andaba contigo para pasar el rato, pero él me gusta más.

Sojis, con la indiferencia de la popularidad en el rostro, dio la vuelta y se dirigió hacia un grupo en el que se encontraba Razz. Todos miraron a Gengis y a Rim con desprecio. Los dos mejor se fueron por un pasillo hacia un pequeño jardincito.

—Ay, Gengis, te amo.

—Chale— pensó Gengis mientras lo abrazaba Rim— por lo menos me libré del manicomio, pero ahora cómo me libro de este loco. Si lo boto va a sospechar, mejor le doy alas, como las que Sojis me dio a mí.

—¿Qué piensas, Rim?

—Que soy feliz. Y que Sojis no te convenía. Vas a ver cómo yo sí te quiero. ¿Quieres ir a comer con mis papás?

—Bueno, pero antes tengo que ir a mi casa.

—Te acompaño.

—No, gracias, yo te alcanzo.

—¿Sabes dónde vivo?

—No.

—Pues mira, la clave es 2433476.

Luego de platicar de lo que Gengis consideraba vanalidades y Rim terrones de dulzura, se fueron a tomar el resto de las clases del día. Al salir, se despidieron y cada quién tomó su tubo.

Gengis, en vez de ir a su casa, tecleó la clave de la Alameda, y en 3 segundos estuvo ahí. Caminó hasta llegar al antiguo Palacio de Bellas Artes. Se había hundido tanto que las esculturas de la parte superior estaban a la altura de el suelo y estaba bastante chueco, por eso ya no se utilizaba. El colmo fue cuando en un recital de teclados, el virtuoso salió rodando del escenario, llevándose los teclados consigo.

Como el palacio estaba junto al Muro, casi nadie se acercaba por ahí. Un escalofrío corría por la espalda de los transeúntes, de sólo pensar que detrás de los 18 X 3 metros de varillas y plasticoncreto habitaban mersefas.

Gengis anduvo pensativo un rato, sentado en una banca. La soledad de ese parque le hacía sentir bien. Los árboles naturales, los pájaros. Tenía que ver una mersefa. En la escuela estaba censurada toda imagen con respecto a ellas. Los hololibros que hablaban de ellas ya habían desaparecido. Se decidió y se dirigió al Muro.

 

2

El Muro tenía más de 300 años de separar a la Ciudad de México. Como nadie se acercaba por ahí, la vegetación se había posesionado de los alrededores del Muro. Había árboles naturales de hasta 35 metros, que al crecer habían destruido a los artificiales que se plantaron al construir el Muro. Cuando fue recién construido, los graffitis no se hicieron esperar. Así es que ahora era una mole de plasticoncreto pintado con armadura de ahuehuetes.

Gengis atravesó un sendero entre el espeso verdor y llegó a la penumbra que encerraba al Muro. Pudo constatar en los antiguos graffitis algunos hechos aprendidos en Historia, calculándolos de más de 200 años. Recorrió las sombras que acariciaban al Muro por unos 500 metros y encontró lo que buscaba. Las raíces de un enorme ahuehuete habían hecho una grieta en el Muro. Se acercó lentamente mientras sentía cómo se le salían los genitales por la boca de la emoción. Quitó unos cachos de cascajo que estaban sobre la inmensa raíz y penetró a lo desconocido. Del otro lado del Muro también había una penumbra arbórea y una soledad inmensa. Fue abriéndose paso a través de la selva hasta que la claridad asesinó a la sombra. Más allá los árboles eran artificiales. Eran genéticamente programados para ser casi idénticos, luego les ponían un foco en cada rama (sólo tenían 2, y por lo tanto, no daban muy buena sombra) y tenían alumbrado público ecológico. Gengis estuvo inmóvil por unos 10 minutos acechando desde la penumbra. Luego las vio. Eran maravillosas. Eran mersefas. Por todas partes. Tan parecidas y tan diferentes a él. Tan mágicas. Tan etéreas. No pudo mas que suspirar. Desafortunadamente una pequeña niña de unos 4 años lo escuchó y volteo a verlo. Lo saludó mientras Gengis huía apresurado por donde había venido.

—Mamis, miren un chango.— Sus 2 madres estaban demasiado ocupadas discutiendo si querían una gemela de su hija o una hermana, así es que sólo le contestó la más joven:

—Sí, hijita, se ha de haber escapado del zoológico. —Y regresó a la discusión con su esposa.

Gengis atravesó el Muro casi volando. Corrió hasta encontrar una caseta de transporte y se metió al tubo. Puso su huella digital, tecleó 2433476, mientras suspiraba y pensaba en voz alta:

—Este ha sido el día más feliz de mi vida.

—El mío también.

Gengis gritó al verse en la sala de la casa de Rim y al sentirse acariciado por él. Los malditos tubos, se había perdido la emoción de viajar. Sólo se metía uno en cualquier caseta, tecleaba un número, y una computadora controlaba el viaje de más de 1300 kilómetros por hora. La cápsula flexible en la que uno se encontraba era dirigida por la computadora por el camino más corto, o más rápido. Ya no había tráfico en las calles ni en el aire. Los aeromóviles eran obsoletos. Sólo eran usados en carreras de obstáculos. Gengis maldijo a la energía neumática por ahorrarle una pérdida de tiempo.

—Este, buenas noches, señores.

—Buenas noches. —Contestaron los 3 padres de Rim.

—Rim nos ha hablado mucho de ti. —Dijo el calvo padre de Rim. Otro tenía una melena negra y rizada, que siempre parecía estar húmeda, o lo estaba. El tercer padre de Rim tenía el pelo corto ("para equilibrar a estos dos" decía él) y un fino bigote bien cuidado.

Después de las presentaciones formales, se sentaron a comer y a discutir vanalidades. Las comidas siempre sabían excelente, pues eran hechas por una cocina electrónica, y estaba bien programada. Por lo tanto, ninguno de los 5 varones que se encontraban sentados en esa mesa había probado en su vida un mal bocado. Esto hacía que no apreciaran una exquisita comida, porque no tenían de dónde comparar, y ya todo les sabía igual. Lo mismo era en casi todo lo demás. Las comodidades automatizadas y perfeccionadas por la tecnología privaban de sufrimiento físico a los cuerpos. Ni los deportistas sufrían al cansarse. Con tomar 2 cápsulas al mes de Kyrogen M.R., el dolor desaparecía de sus músculos al cansarse. Había vacunas contra el dolor. Al tener un golpe, una cortada o una fractura; los nervios cortaban el impulso en su camino al cerebro. Lo mismo sucedía con cualquier otro tipo de dolor. El único sufrimiento que tenían era por uñas rotas, vestidos arruinados y corazones destrozados. Por lo tanto, la única felicidad que tenían eran las vanalidades de la moda y la popularidad, el amor, el dinero y el poder. Al no tener sufrimientos, no apreciaban la felicidad de la vida, porque ya era monótona. Decía un dicho antiguo que el hombre más feliz del mundo sería el que sufriera más. Porqué un poco de felicidad llenaría el vacío que tanto sufrimiento le había causado, causándole un sentimiento de bienestar mucho mayor al que conocían las gentes que no sufrían. Por lo visto, ya habían olvidado ese dicho.

Por eso, para un niño tan feo como Rim, la conquista de Gengis era simplemente lo mejor que le había pasado en su vida, quitándole el puesto de honor a la vez que ganó un "todo lo que pueda cargar" en una tienda de ropa. Estaba extasiado.

Gengis no podía quitarse de la mente a las mersefas. Estaba ido. Durante toda la comida no había dicho una palabra. Sólo habló cuando terminó para decir:

—Gracias, señores, pero mi papá me dijo que llegara temprano. —Corrió al tubo y desapareció.

—Este novio tuyo Rim, es un maleducado. Se parece a su padre. —Dijo el calvo.

—Eso lo dices porque prefirió vivir solo y tener un hijo suyo que uno contigo. —Dijo el de bigote.

—¡Ay!, ¡calla!— gritó mientras corría a encerrarse en el baño víctima de un ataque de neurosis.

 

3

El padre de Gengis no era idéntico a él. Gametizaron 2 células suyas, una masculina y otra femenina y las unieron. Gengis tenía la misma información genética, pero en diferentes proporciones. Eran bastante guapos y tenían un cuerpo atlético. Después de un desamor de su juventud, el padre de Gengis decidió tener un hijo él solo, y rompió los corazones de múltiples pretendientes, incluyendo al calvo padre de Rim. Gengis tardaba de llegar de la escuela, y al mismo tiempo se preocupaba, inventando las más fantásticas historias, y se consolaba, repitiéndose una y otra vez que debía de estar con Sojis haciendo porquerías. Ese Sojis bueno para nada.

Maldecía a Sojis para sus adentros, cuando Gengis irrumpió por el tubo en su departamento.

—Hola papá.

—¿Dónde estabas? ¿Con Sojis?

—No, ya no ando con él. —Estaba tan absorto con las mersefas en la mente, que se había olvidado de Sojis, tanto le importaba. De mala gana siguió:

—Ahora ando con Rim.

—¿¡Rim!? Ese monstruo, se robó a mi bebé. Vas de peor en pésimo. Así te eduqué, para que salieras con estas sorpresitas. Ya me lo decían mis padres, pero nooo, no podía hacerles caso, necio de mí.

Así siguió el monólogo acusatorio de padre a hijo por más de hora y media. Los regaños fueron ablandándose en consejos y todo terminó en un abrazo de reconciliación.

Gengis se fue a dormir y soñó intensamente con las mersefas.

 

4

Al día siguiente, después de la escuela, Gengis volvió a ir a la Alameda. Se aseguró de que no hubiera nadie cerca y fue directamente al pasadizo que había descubierto el día anterior. Al cruzarlo, se dirigió sin rumbo fijo hacia la luz. Llegó a un pequeño jardín, en donde lo único mayor de 200 años era una estatua inmensa de Carlos IV a caballo, de más de mil años de antigüedad. Ahí, sentada en una banca leyendo, la encontró.

Sin poder respirar, se le acercó por atrás y cuando estuvo junto a ella, le preguntó:

—¿Cómo te llamas?

La mersefa dejó de leer y suavemente volteo a ver a Gengis entrecerrando los ojos, puesto que el sol se encontraba atrás de él. En vez de gritar, como esperaba Gengis, soltó una espléndida sonrisa y le contestó:

—Fausta, ¿y tú?

—Gengis.

En un momento que pareció un siglo, Gengis la observó detenidamente. Tenía, como él, una larga cabellera, pero castaña, cuando él la tenía negra. Todos sus miembros destacaban una finura y delicadeza desmedida, mientras los suyos mostraban vigor y fortaleza. Eran tan semejantes y tan diferentes, "complementarios", pensó Gengis. Los ojos tiernos y dulces de Fausta mostraban una inmensa alegría, de haber encontrado lo que siempre había buscado. ¿Pero cómo podía leer en sus ojos sus pensamientos, si nunca lo había podido hacer con otra persona? Vio una sonrisa estúpida en Fausta y sólo entonces se dio cuenta de que él también estaba babeando. Se limpió rápida y discretamente y rompió el silencio:

—¿Qué haces aquí?

Fausta movió los ojos como diciendo, "yo te debería de preguntar eso".

—Esperándote. —Fausta le echó los brazos al cuello y le regaló el beso más dulce que hubiera podido soñar Gengis. Luego lo llevó de la mano a la penumbra del Muro y le mostró la verdadera diferencia entre los dilkos y las mersefas.

 

5

Cuando se repusieron del momento más intenso de sus vidas y se vistieron, se recostaron en un eucalipto, desbordando felicidad insatisfecha por años.

—¿Cómo que esperándome?.

—Es que yo nunca he tenido novia, simplemente no me atraen. Sentí curiosidad por ustedes, y como una de mis madres trabaja en el gobierno, un día la fui a visitar, y tuve acceso a información secreta. Simplemente no comprendía el porqué de la separación humana, yo no quería un dilko, quería un hombre, y te encontré a ti.

—Pero si soy un dilko.

—¿Un dilko vendría aquí?

—No, pus si es cierto, entonces yo encontré a una mujer. —Después de besarse otro rato, Gengis siguió: —Y, ¿siempre vienes aquí?

—Sí.

—¿Cuánto tiempo tienes esperándome?

—Como dos años.

—¿Estabas esperando a cualquiera?

—Cualquiera que viniera aquí estaría buscándome, y sólo tú podrías hacerlo. ¿A poco todos los dilkos quieren venir aquí?

—No, pus no. Ya hasta me querían meter al manicomio.

Mientras Gengis exageraba, se daba cuenta de la madurez de Fausta y maldecía a la holoTV por sorberle el seso. Distrajo su pensamiento la mirada ansiosa de Fausta y el deseo corriéndole por la lengua al susurrarle "tómame". Y Gengis se tuvo que sacrificar.

 

6

Fausta tenía dos madres. La que trabajaba en el gobierno se llamaba Ezquia. La otra era médica, y se llamaba Manola. Las dos tenían un elevado nivel cultural, debido a sus estudios y trabajos. Así, pudieron educar a Fausta con la capacidad de razonar, lo cual era muy difícil, debido a la holoTV. La mayoría de la población ni se preocupaba por pensar el porqué de las cosas. Aceptaban las definiciones irrefutables que les inculcaban desde niñas. Lo mismo pasaba con los dilkos.

Fausta había ido a buscar un hombre porque lo creía necesario, y era lo suficientemente necia para no aceptar todas las explicaciones que sus madres y profesoras le dieron. A Gengis lo había llevado el instinto. Dormido en los hombres durante siglos, había despertado en él, llevándolo de vuelta al camino de la naturaleza.

Las madres de Fausta ya estaban acostumbradas a la soledad de su hija. Su asombro fue inmenso, al verla llegar casi flotando de felicidad.

—¿De dónde vienes? —Inquirió Manola mientras olisqueaba a su hija.

—De donde siempre.

—¿Y porqué no traes la cara de siempre? —Siguió el interrogatorio Ezquia.

—Porque no hice lo de siempre. —Continuó el juego Fausta, acordándose de la maravillosa tarde y sacando lucecitas por los ojos.

Un estremecimiento corrió por las nucas de las madres de Fausta al creer adivinar lo que su hija había encontrado.

—¿Viste a un dilko? —Preguntaron al mismo tiempo, con el alma en un hilo.

—No, a un hombre. —Contestó tranquilamente al mismo tiempo que se sentaba en un amplio sillón

Las exclamaciones que salieron de las bocas de las madres de Fausta no se pueden transcribir, pero cuando se sobrepusieron a la sorpresa, Manola corrió a sentarse junto a su hija.

—¿Y cómo era?

—Uuuuy, ni te lo imaginas.

—Ay, mi nenita.

—Madre, ya tengo 19 años.

—No sabes en el problema en el que te estás metiendo, Fausta. —Cavilaba en voz alta Ezquia.

—Pero, pero, pero... ¡cuéntanos!

—Luego. —Y sin dar tiempo a sus madres de replicar, Fausta se encerró en su cuarto.

—¿Y ahora qué hacemos, mana? —Rompió el silencio Manola.

—Callar. Si alguien se entera de esto, Fausta puede desaparecer. Es políticamente peligroso que una mersefa vea a un dilko.

—Pero era un hombre.

—Bueno, peligra toda la estructura socioecopolítica en la cual vivimos. Al detectar este peligro, el gobierno la accidentaría o suicidaría. Así es que si quieres a tu hija, no vayas de chismosa con tus amiguitas.

—Está bien, me callo. Fausta, ¿no vas a cenar?. —No le llegó respuesta desde el otro lado de la puerta. —Bueno, mana, cenemos.

 

7

Al día siguiente, Gengis y Fausta se volvieron a explorar en la penumbra arbórea del Muro. Cuando se satisfajaron, se sentaron en la hierba, olvidándose de las preocupaciones del mundo que los rodeaba, creando una barrera invisible que los aislaba de todo lo demás.

—¿Porqué el mundo es así? —Preguntó Gengis.

—¿Podría ser de otra forma?

Después de meditar un poco, Gengis soltó una respuesta negativa.

—¿Y qué se puede hacer para que sea de otra forma? —Continuó Gengis.

—Nada. Las cosas cambian solas. Si las circunstancias impiden que haya cambios, por más que quieras y convenzas a la gente de que debe de haber algún cambio, las cosas no van a cambiar tan rápido. Tienen más causas de las que te imaginas y puedes predecir, y están los intereses de la gente que le beneficia este sistema de vida.

—¿Como qué?

—Por ejemplo, la red de tubos nunca se hubiera podido poner antes de la Gran Guerra. Todas las compañías de transportes hubieran hecho hasta lo imposible por impedirlo. Sólo porque en la Gran Guerra se destruyeron casi todas las fábricas de automóviles y de llantas de hule. También se incendiaron casi todos los pozos petroleros y casi todas las reservas que había en todo el mundo. Aunque al final los que construyeron los tubos fueron los sobrevivientes de estas compañías, se acabó con todo el problema que alguna vez fueron los automóviles.

—¿Y cómo sabes tanto?

—¿Pues qué crees que hice en estos dos años, ver las nubes? Como ves, la Gran Guerra también tuvo su lado positivo. Aunque de manera vil y retrógrada, se acabó con el problema de la sobrepoblación, y con esto el hambre, la pobreza (porque se repartieron todos los bienes de casi 10 mil millones en menos de 200 millones), el desempleo. Y después de tanto sufrimiento humano, los que quedaron gozaron sin ningún remordimiento. Todo tiene su lado bueno y su lado malo, sólo depende del punto de vista con el que se vea. También cada persona tiene su concepto de bondad y de maldad, y luego hasta se les olvida. Por eso la sociedad humana ha tenido varios problemas. Llegaba algún gobernante, con buenos deseos para el pueblo; y la minoría que controlaba la mayoría del dinero, lo mataba o lo hacía uno de ellos. Para ellos era muy malo un socialismo, como sigue siendo, porque sus intereses se ven amenazados, luego venía otro líder, malo para el pueblo y bueno para los magnates enfermos de poder. Reprimía al pueblo y este explotaba en una Revolución, derrocaban al tirano, y ponían a un líder con ideas populares, y este a la larga se convertía en otro tirano para el pueblo, enviciado con el poder. Como ves, así nunca se va a poder llegar a una armonía, porque la raza humana es tan defectuosa, que ni puede vivir un individuo solo, como una simple bacteria; ni puede tener una armonía como sociedad, como las hormigas o las abejas. Todas las hormigas tienen los mismos intereses: recolectar comida y proteger a la reina para preservar la especie. Los humanos tenemos cada quién diversos intereses. Unos quieren dinero, otros dinero para comprar poder, otros quieren robar ese dinero y ese poder, otros ya se cansaron de que el poder los oprima y quieren dasaparecerlo, y todos quieren matarse entre sí e implantar sus ideales a los demás. Un ejemplo es lo que pasó con las religiones. Primero las privatizaron, y luego todos invocaron a una guerra santa contra todos los infieles, y casi se acaba el mundo, hasta que llegó Manarás y convenció a todos que era el enviado de todos los dioses, que en realidad era uno sólo, pero que cambiaba de forma porque le aburría ser siempre el mismo. Que lo enviaba para decirles que dejaran de pelearse, que Dios los quería a todos por igual y que siguieran a su enviado. Manarás se volvió rico con las donaciones y acabó asociándose con la mafia, y fue asesinado al querer comprarla.

—Vaya, en la escuela no nos enseñan ese punto de vista de la historia.

—Nooo, porque no le conviene al gobierno que pienses, te hacen creer lo que ellos quieren que creas y te conectan a la holoTV para que no te des cuenta de los prejuicios que nos causan.

—¿También en el gobierno dilko?

—No creo que sea diferente.

Gengis, sin haber entendido bien todo lo que le había dicho Fausta, se le acercó hasta hacer bizco viéndole los ojos. Le dijo:

—¿Porqué me gustas tanto?

—Porque te amo.

—Yo también. No puedo de dejar de pensar en ti. Cierro los ojos y te veo, anoche no pude soñar con alguien que no fueses tú, cuando no estoy contigo me siento vacío, cuando te vi hoy, me llenaste ese vacío, me siento completo, feliz.

Fausta no le respondió con palabras.

Después volvieron a las palabras.

—Me siento vacía.

—¿Por qué?

—Porque ya no le encuentro sentido a mi vida.

—¿Por qué?

—Porque el sentido de mi vida era encontrar a un hombre, y ya lo hice. Ahora ya no tengo ganas de vivir.

—¿Qué no sabes cuál es el sentido de la vida?

—¿Qué tú sí?

—Pus claro. Todos los dilkos lo saben. Lo encontró el filósofo Rem Plycht. Vivió en Australia. Ejeje, y ustedes no lo saben lero, lero.

—¿Y no me lo vas a decir?

—Bueno, sólo porque te amo. Y porque eres mujer y no mersefa.

—¿Qué tienes en contra de las mersefas?

—Bueno, ya pensando todo lo que me dijiste, nada, pero en la escuela nos enseñan a odiarlas.

—A nosotras también nos enseñan a odiarlos. Y eso qué importa ¿me lo vas a decir, o no?

—¿Qué?

—¡El sentido de la vida!

—Ah, sí. Bueno, Plycht llegó a la conclusión de que la vida es una eterna búsqueda por conquistar lo imposible.

—Es demasiado simple para ser el sentido de la vida.

—Analízalo y vas a ver que sí. Qué me estabas diciendo hace rato. Que como encontraste a un hombre, ya no tenía sentido tu vida. ¿No?

—Sí.

—Bueno, por lo tanto, hasta antes de encontrarnos, ese era el sentido de tu vida, encontrar a un hombre.

—Sí.

—¿Y eso no se te hacía imposible?

—Pues sí.

—Entonces, ya que encontraste solución a ese imposible, sólo te queda encontrar otro o cansarte de la vida. Y yo creo que ya tienes otro imposible por el cual luchar.

—¿Cuál?

—Cambiar al mundo. Me acabas de decir que no había manera de hacerlo.

—Y no la hay.

—Pues entonces ya tienes un imposible que conquistar. Y yo pienso ayudarte.

—Es cierto. Si no estás tan güey. ¿Pero cómo hacer que los dilkos y las mersefas se amen otra vez si se odian y si así viven felices.

—Ah, ese ya es otro problema.

 

8

Gengis regresó a su casa ya tarde. Su padre, como de costumbre, estaba preocupadísimo con lo que le hubiera podido pasar a su hijito. Al verlo llegar, gritó:

—Ay, escuincle, pero dónde andabas, me tienes con el alma en un hilo.

—Con Rim.

—¿Por qué mientes? Rim ha estado hablando toda la tarde, cree que ya regresaste con Sojis.

—Sí, es que es eso.

—Ah, bueno. —El padre de Gengis se calmó. —¿Y porqué no me avisas?

—Perdón, es que no se dónde tengo la cabeza.

—Ya me imagino. Pero, ¿porqué me dijiste que estabas con Rim?

—Este, es que no quiere que se entere Razz todavía. Y como no eres nada comunicativo, si te decía, pus mañana ya iba a saberlo.

—Ay, cómo crees. Ya sabes lo bien que me cae Sojis. A ver cuando lo traes a comer con su papá, él que es tan lindo también.

—Sí, yo le digo. Este, me muero de hambre.

Gengis corrió a la computadora de la cocina y tecleó sus antojos. Su padre se extrañó.

—¿Qué no te dieron de comer en casa de Sojis? Ay, eh, es que son unos maleducados.

"Uy, que difícil de convencer es mi papá", pensaba Gengis mientras se atragantaba y su padre seguía sermoneándolo.

 

9

A Fausta no le esperó una bienvenida muy diferente, con el sólo hecho de que sus madres sabían a dónde había ido. Por lo tanto, le fue peor.

—¡Pero cómo te atreviste, después de lo que te dijimos! —le reclamaba Ezquia. —¿qué no entiendes que te pone ese chango en un inmenso peligro?

—¡No es chango! Y valdría la pena correr todos los peligros del mundo sólo por besarlo. Vendería mi vida eterna sólo por poseerlo otra vez. Porque lo amo.

El silencio de Ezquia y de Manola significaron más que todas las exclamaciones que quisieron salir por sus gargantas, pero no pudieron. Manola tartamudeó:

—¿Quieres decir...

—...que has tenido relaciones con él? —completó Ezquia—

—Sí.

Ezquia, que como ya se podrá haber deducido era más temperamental, explotó.

—¡Niña estúpida! ¡Cómo pudiste!

—¿Pero qué tiene de malo?

—Ingenua. Manola, déjanos solas.

Esta se retiró sin rechistar, lo que demostraba la gravedad de el tono de Ezquia.

—Sabía que era peligroso ocultarlo.

—¿Qué?

—Tu sangrado mensual. No es por exceso sanguíneo. A todas las mersefas se les ha dicho eso para que no tengan la curiosidad de buscar dilkos. Por lo visto no fue suficiente en tu caso. Verás, antes los bebés no se hacían como se hacen ahora.

—No. La cigüeña los traía de París.

—¿Qué? ¿De dónde sacaste esa pendejada?

—Bueno, es que, cuando voy a tu trabajo, me meto a los archivos secretos del pasado y ahí decía eso. De ahí saqué el interés por los hombres.

—Perfecto, en vez de ver un libro de medicina, lees cuentos para niños y revistas pornográficas.

—Pero, no entiendo.

—Verás. Tu cuerpo produce gametos femeninos, sin necesidad de una ingeniera genética. Los hombres producen masculinos, y por lo visto ya descubriste la manera antigua de juntarlos.

—¿Y luego?

—El embrión se desarrolla en tu vientre por 9 meses.

—¡9 meses!

—Y luego el bebé es expulsado por ahí.

Fausta gritó de asombro al ver dónde señalaba su madre.

—¿Pero cómo diablos va a caber por ahí?

—Eso no lo sé. Ahora, escúchame, no todas las copulaciones producen un embarazo, pero puede ser que ya estés embarazada.

—¿Embaraqué?

—Embarazada. Es el nombre del estado por el que pasaba la mujer durante el cual se procesaba un nuevo ser.

—¿Y porqué le dijiste a Manola que se fuera?

—Ella no sabe nada de esto ni debe saberlo.

—Pero si es doctora.

—Sí. En la facultad de medicina le enseñan mentiras sobre nuestra capacidad reproductora, y nadie lo cuestiona.

—¿Pero, qué no se daría cuenta?

—No. Ella sólo conecta a los pacientes a la sintomizadora y procesa el mal y receta la cura. La sintomizadora está programada para mentir en todo lo relacionado con el aparato reproductor.

—¿Pero porqué no se usa? ¿Porqué nadie se embaraza?

—Comodidad. Flojera. Yo qué se. Además un mal embarazo puede causar la muerte de la progenitora.

—¿Quieres decir que me puedo morir nada más por amar a alguien?

—Sí. Fausta, ya eres una mujer y no te puedo obligar a nada. Además siempre has hecho lo que has querido. Pero tienes que saber a qué te arriesgas. Si llegases a embarazarte te juzgarían por traición a la patria.

Se abrazaron mientras Fausta rompía en llanto y su mente no hacía otra cosa mas que preguntarse "¿Por qué es la sociedad así? ¿Por qué?", sin encontrar respuesta alguna.

 

10

No habían quedado en verse al otro día, pero sus pasiones se lo reclamaron, así es que Fausta y Gengis se volvieron a encontrar.

Empezaban a reconocerse (como siempre que un enamorado se aleja de su pareja, al encontrarla necesita explorarla para convencerse de que es la suya), cuando un chorro de sangre que salió de la yugular de Gengis le empapó el rostro a Fausta. Esta gritó desesperada a ver la vida drenándose de su amado.

Esto había sucedido: Ezquia, preocupada por la vida de su hija, había informado a la presidenta de sus encuentros heterosexuales. La presidenta la había mandado seguir por las fuerzas especiales con órdenes de exterminar a cualquier dilko que estuviera alterando la paz pública (y púdica (y púbica)) y arrestar a su cómplice. Al ver a Fausta y a Gengis en acción, las fuerzas especiales se abalanzaron blandiendo cimitarras hacia Gengis, cumpliendo su misión.

Gengis no dijo ninguna palabra, al sentir el frío metal penetrando su cuello y borbotones de sangre saliendo por el tajo. Luego una despiadada puñalada penetró su pulmón izquierdo, empapándolo de sangre. Veía el rostro de desesperación de Fausta y sólo pudo sonreírle antes de que una cimitarra le atravesara un ojo, otra penetrara por su garganta destruyéndole la lengua y su cerebelo, y una última lograra arrancarle la cabeza.

Inmediatamente las fuerzas especiales aprendieron a Fausta, que no opuso resistencia, y limpiaron los rastros de la carnicería, asegurándose de que nadie estaba por los alrededores.

 

11

Llevaron a Fausta a una prisión de máxima seguridad. Una semana después, Ezquia fue a visitarla.

—Hola hija. —Fausta no respondió. —Sé que me odias, y no te culpo, pero fue por tu bien. Si no lo hubiera hecho tú también estarías muerta. Si alguien los hubiese visto los hubieran linchado. Por lo menos estás viva.

—Pero ya no tengo ganas de vivir. —Recordó lo que le dijo Gengis, pero cómo podría cambiar al mundo pudriéndose en una prisión. Ya no tenía a Gengis. Ya no valía la pena vivir.

—Una canción de antes de la Gran Guerra dice: "Life’s too short to cry, long enough to try".

—No me hables en lenguas muertas, madre.

—"La vida es demasiado corta para llorar, pero lo suficientemente larga para tratar". Tienes que sacar ganas de vivir a ver de dónde, porque estás embarazada.

Fausta no pudo responder. Tantas ideas tan rápido pasaron por su mente. Ezquia aprovechó lo pasmada que estaba para abrazarla, y decirle sollozando:

—Así es, voy a ser abuela.

—¿Pero, cómo...?

—Los análisis que te hicieron. Ahí sale todo.

—Voy a ser madre... pero, qué pasará si el bebé es hombre.

Ezquia se puso seria.

—Habrá que exterminarlo, no puede vivir entre nosotras.

Fausta continuó el llanto que su madre había parado.

—Quiero ver a Manola.

—Pues vámonos.

Fausta inquirió con los ojos.

—Tengo palancas.

 

12

Cuando llegaron a su casa, Manola todavía no llegaba.

—Quiero que Manola me saque el bebé.

—Pero no sabe...

—Pues que aprenda.

—Está bien. Alguien lo tiene que sacar. Mejor que sea ella, tienes razón. De todos modos no le podíamos ocultar esto por mucho tiempo, —Dijo señalando el vientre de su hija.

En esos momentos llegaba Manola por el tubo. Le contaron todo lo sucedido y prometió no ir de chismosa.

En los meses siguientes, Manola aprendió en secreto cómo ayudar a parir a su hija; su hija se quedó encerrada para que no le vieran la panzota y se acercó más que nunca a su otra madre; y su otra madre se acercó más que nunca a ella.

—Te voy a confesar algo, hija: te envidio.

—¿Por Gengis?

Una sonrisa de malignidad mal fingida se dibujó en los labios de Ezquia.

—No tanto. Por tu bebé.

—Pues me van a ayudar a criarla, ¿o no?

—Claro que sí.

También fue aprendiendo política con ella.

—"Un imperio cimentado en mentiras es un imperio de a mentiritas". Las mentiras se llegan a descubrir y el pueblo las reclama con la cabeza de alguien, aunque no sea culpable. Por eso no le queda mucho a este gobierno.

—¿A poco son tan transas?

—Si vieras. No vivimos aquí por un error en el contrato, es que la ministra de Hacienda me debía unos favores.

—Ah, ya veo, las palancas.

—Exacto. Ya vas aprendiendo. Sabes, tú podrías ser una excelente burócrata.

—No sé, tal vez.

Mientras su madre le hacía estas confidencias veladas para el pueblo, Fausta maquinaba y programaba lentamente sus planes.

 

13

El único que se preocupó de la desaparición de Gengis fue su padre.

Rim se consoló con Sojis. Los muy perras se pasaron a Gengis por el ____________ y se olvidaron de él. Sus maestros organizaron una fiesta para celebrar su pérdida.

Entonces el padre de Gengis fue a hablar con Rim. Al llegar a la casa de este fue recibido por su calvo padre.

—Hola, nene. Tanto tiempo.

—No me estés chingando. ¿Dónde está tu decrépito hijo?

—Ash, pero por qué la agresividad. Está en su cuarto, con Sojis.

—Los cerdos.

—Ya quisieras.

El padre de Gengis se alejó rumbo a la habitación de Rim, de la cual salían tales onomatopeyas que le pusieron la carne de gallina.

Abrió la puerta de par en par y mientras los muchachos tapaban su pudor preguntó.

—¿Dónde está mi hijo?

—¿Que, qué , qué? ah, señor, espérese...

—Cállate y contesta.

—Señor, este, yo no sé, si yo casi nunca lo veía.

—No, porque veía a este otro cerdo.

—Con permiso. —Sojis recogió su ropa y salió rumbo al tocador.

—¿Qué? —Dijo desconcertado Rim.

—Así es, nene, te ponía los cuernos con el que tú se los pones, ¿porqué no se casan los tres?

Sojis salió en pantalones y dijo mientras se abrochaba la bragueta.

—No sé que le haya dicho, señor, pero desde que me engañó con este yo no he visto a su hijo.

—Conque nada más andas conmigo para vengarte, ¿verdad Sojis?

—Sí y qué.

—Vas a ver maldito.

Rim se abalanzó sobre Sojis con fines muy distintos a los que tenía cuando se le había abalanzado unos minutos antes. Sojis sometió rápidamente al enclenque de Rim y corriendo desapareció por el tubo. El padre de Gengis agarró a Rim del cuello y lo levantó en vilo.

—Ahora dime dónde está mi hijo.

El calvo padre de Rim era el único en casa y miraba mudo la escena desde el umbral del cuarto de su hijo.

—No sé señor, yo creo que estaba loco. El día que nos hicimos novios me dijo que quería ver a una mersefa. Luego fue muy amable conmigo. Fue a su casa y luego vino a cenar. Desde entonces solo lo veía en la escuela y cada día lo noté más frío. Como me hice popular con él, pus me fui con Sojis cuando desapareció.

—Cretino.

El padre de Gengis soltó a Rim y este cayó de bruces. Su padre fue a consolarlo y el padre de Gengis se fue desconsolado, pero con una pista.

Fue a informar de la posible relación de las mersefas con la desaparición de su hijo. Las autoridades le dieron el avión y nunca volvió a saber de él. Tuvo otro hijo para consolarse, pero nunca superó la pérdida de Gengis.

 

14

—¿Qué no se puede saber si va a ser niño o niña, mana? —Preguntó Manola.

—Antes se podía, pero ya no existen las máquinas que hacían eso, y no van a hacer una para tu hija. —Contestó Ezquia.

—Ay, ya quiero que nazca.

—Yo también.

—Ya faltan sólo dos meses, mana.

—Sí.

En eso las interrumpió su hija que estaba durmiendo y se acababa de despertar.

—Mamá, creo que ya viene.

Manola se le acercó.

—A ver... ¡Mierda! ¡Ayúdame a llevarla al tubo!

En los instantes que se tardaron en llegar al consultorio de Manola, esta se calmó y se dispuso a ayudar s su nieta prematura a nacer como si a eso se hubiera dedicado toda su vida.

Como eran las dos de la mañana, nadie estaba ahí para ayudarla, así es que Ezquia aprendió el oficio de enfermera. Como la computadora del consultorio no estaba programada para partos, Manola tuvo que hacerlo todo a mano, ayudada por Ezquia. Cuando sacaron al bebé y empezó a chillar, lo pusieron en las manos de la computadora, que sí estaba programada para bebés prematuros, y lo colocó en una incubadora.

Cuando Fausta se repuso, se lo enseñaron a través del cristal. Ezquia y Manola estaban orgullosas, como si ellas hubieran parido.

—Ay, está bien bonita.

—Sí, hay que ponerle Casimira.

—Ay, mira que chiquita está.

En eso se volteo en la incubadora. Ezquia se quedó muda.

—¿Qué es eso tan extraño que tiene entre las piernas?

Fausta le contestó.

—Es hombre.

 

15

—¿Pero qué vamos a hacer? —Preguntó Manola.

—No lo mates mamá, por favor. —Lloraba Fausta y suplicaba con los ojos.

—Tienes razón, no puedo, es mi... mi nieto.

—Tu nieta, madre.

—Pero...

—Hay que ocultar que es hombre.

—¿Y luego?

—No sé, ya se nos ocurrirá algo, pero por lo menos lo... la veremos crecer.

—Sí, mana, si está bien chula la nenita.

—Está bien, arreglaré los papeles, y tú Manola arreglas los exámenes médicos. Lo criaremos como si fuese mersefa.

Fausta y Manola le agradecieron con un efusivo abrazo.

En la mente de Fausta sólo había felicidad. No sólo por su hijo, digo hija; pero también porque cuando creciera y conociera a una mersefa, creyéndose una de ellas, su bebé podría dar la pauta para cambiar el mundo y que renaciera la sociedad heterosexual.

—Hay que llamarla Lluvia. —propuso Fausta. Así sería algo que ya se había extinto y que estaba renaciendo.

—¿Lluvia no era eso de que caía agua del cielo? —Preguntó ignorante Manola.

—Sí, —contestó Ezquia— ay, pero si sí fuiste a la escuela, ¿verdad?

—Es que enseñan cosas que nunca se usan.

—Sí, querida, pero antes de que pusieran las redes de riego y que controlasen a las nubes con campos electromagnéticos, llovía y esa era la única forma de regar las plantas. Como luego les ahogaban las cosechas, decidieron controlar las lluvias y ahora vacían a las nubes en los océanos. Antes llovía aquí también, y se hacían lagos y ríos. Nevaba en los volcanes y cerca de los polos. Por eso a la mujer dormida le decían también la mujer blanca, porque estaba toda cubierta de nieve. Pero primero el hombre y que se joda la naturaleza.

—Algún día volverá a llover. —Sentenció Fausta.

 

16

Cuando Lluvia tenía como año y medio, Ezquia y Manola decidieron tener otra hija. La pidieron y la llamaron Casandra.

Crecieron juntas como hermanas. Parecía que las dos tenían tres madres, porque las cuidaban por igual.

Fausta entró a trabajar con Ezquia y secretamente se hizo experta en la civilización heterosexual.

A Lluvia le ocultaron su virilidad, y creció siendo una de las mersefas más guapas de su escuela.

Casandra fue todavía más guapa, y la envidia de su sobrina. Tenía una larga cabellera negra y lacia ;y unos hermosos ojos verdes junto a la pupila y color miel alrededor. Tampoco se enteró de la situación andrógina que sufría su sobrina, pero empezó a sospechar cuando les llegó la pubertad.

El que Lluvia no sangrara fue explicado como deficiencia hepática. Según esto no le servía bien el hígado, no tenía excesos de sangre como todas las demás mersefas al llegar a la adolescencia. Era lo mismo que les decían a las mersefas estériles.

Lo malo fue cuando los instintos de Lluvia salieron a flote. Fausta llevaba a las pequeñas a su trabajo y les enseñaba verdadera historia para que cuando crecieran la ayudaran a cambiar al mundo. Así es que una tarde, Lluvia se le acercó a su madre:

—Mamá, creo que me gustan los hombres.

"Me salió puto" pensó Fausta. "¿Y ahora qué hago?"

—Pero nena, los hombres ya no existen. Los dilkos sólo quieren a otros dilkos.

Casandra, que escuchaba la conversación desde lejos, se acercó:

—Me ha estado diciendo eso desde hace una semana, Fausta. Hay que mandarla al manicomio.

—No, hermana. Si hombres y mujeres alguna vez se amaron, tienen que volverse a amar.

—No lo creo. Los dilkos son unos cerdos. La sociedad ha evolucionado y ya no hay marcha atrás. La evolución no va a ir en sentido contrario.

—Pues lo hizo conmigo. Tengo algo que confesarles. Ya están grandes y saben lo que implica guardar un secreto. Les hemos mentido todo este tiempo por su bien. La madre de Lluvia no me abandonó, era un hombre y lo asesinaron. Pero antes me hizo a Lluvia, en la forma antigua.

Las dos niñas se quedaron pasmadas. Fausta ya les había explicado verbalmente más o menos cómo se hacían los bebés en la antigüedad. Les arrancó sus pantalones a las dos y vieron la diferencia. Lluvia nunca había visto a una mersefa desnuda y creía que todas eran como él. Casandra tampoco, así es que dejaron de respirar unos instantes.

—Lluvia, eres un hombre. Como ves, con el método antiguo no se puede elegir el sexo de el bebé. Has sido educado como una mersefa para que la sociedad heterosexual renaciera, pero por lo visto no sirvió de mucho. Si alguien se entera de que eres hombre, Las vidas de tus abuelas, la mía y la tuya llegarán a su fin. Así es que si se aprecian y nos aprecian, sabrán guardar el secreto.

—Pero, Fausta, es un dilko, quiere a otro dilko, que se vaya a vivir con ellos.

—Eso Lluvia lo decidirá.

 

17

"El mundo no necesita a otro mediocre como tú. El mundo necesita héroes como tú. Únete al Ejército Dilko."

Este era una de las muchas propagandas que hacían las Fuerzas Armadas Viriles para reclutar gente. Las mersefas hacían semejantes. Los desacuerdos y las tensiones entre dilkos y mersefas habían empezado. Interferencias en la holoTV, depósitos de deshechos en territorios contrarios, educación xenofóbica, y muchas otras cosas empezaban a aparecer cada vez con mayor frecuencia. Incursiones vandálicas, ultimátums. No se puede decir exactamente quién empezó, pero todos siguieron.

Cuando la guerra empezó, Lluvia tenía veintiún años y Casandra diecinueve. Lluvia había aplazado su impulso homosexual por su familia. La quería demasiado como para abandonarla.

Casandra en un principio había aborrecido a Lluvia, pero luego su odio fue mermándose, hasta tener cierta predilección por su sobrinoa, un cariño más grande del que tiene una mersefa por su hermana. La curiosidad la asediaba. Junto con Fausta y Lluvia, se oponía calladamente contra la guerra. No gracias a Ezquia, quien en vez de agradecer al destino por su nietoa, odiaba más aún a los dilkos que antes, culpándolos de los infortunios de su hija. Manola permanecía neutral, no queriendo desagradar a nadie, desagradando a ambas partes.

La guerra se desarrollaba con ataques a los civiles, puesto que los pilotos se la pasaban en refugios antinucleares manejando sus mortíferos aviones y lanzamisiles tras la comodidad de un joystick. Se la pasaban bombardeando y destruyendo ciudades en la comodidad de sus hogares. Los encuentros entre ejércitos no causaban bajas humanas, sólo daños materiales. A quien se le acabaran primero los juguetitos, perdía. Los juguetitos que sobrevivían arrasaban con lo demás.

En los dos días que iban de guerra, habían perecido dos terceras partes de la población mundial.

—La humanidad no entiende, ¿verdad? —Decía Lluvia con todos sentados a la mesa.

Estaban desayunando, pero nadie tenía apetito. Estaban sentadas de un lado de la mesa Fausta, Ezquia y Manola. Del otro lado estaban Lluvia y Casandra.

Cayó un proyectil en las cercanías destruyendo parcialmente su casa. Una pared cayó encima de Fausta, Ezquia y Manola, sepultándolas para siempre. Una varilla atravesó el ojo de Lluvia, y un cacho enorme de cascajo le destrozó la cabeza. Sólo sobrevivió Casandra, empapada en la sangre de sus seres queridos.

 

18

—Son todos unos cerdos —se decía Mik tras su trigesimoprimera visita a la Dirección General de Estudios Superiores.

Mik era un dilko hecho y derecho, de diecinueve años, arrogante cabellera negra, relamida con dos frascos de petrolato, fieros ojos negros y tez cobriza. El muchacho no era violento, la sociedad lo hacía así.

Primero regrese en mayo, después en junio, están de vacaciones, luego hasta el 5 de junio, venga mañana. Pero no trae sus documentos, traiga tres hologramas tamaño infantil y una copia de su certificado de estudios elementales. ¿Nada más? Sí, ya con eso. Sabe qué, joven que sus hologramas están mal, tiene que estar haciendo bizco. Pero no me había dicho nada de eso, señor (viejo pendejo). Pues así no son, son para documentos formales. ¡Formales! Formales mis calzones, con lo baratos que están los hologramas, y cómo se tardan, lo tienen esperando a uno como güey. ¿Cómo esperan los güeyes? Pague en la caja y traiga el comprobante. No traigo tanto dinero, ¿a qué hora cierran? A la una. ¡Pero si abren a las once, y llegan tarde!. Es el sindicato, no yo. Bueno, ahorita regreso. Se pasan de sanguijuelas, las doce y media y ya se fueron. Le falta la solicitud número dos. En la ventanilla ocho. Colas y colas. No, joven, no le sirve esta, la tiene que llenar a computadora. Vaya por otra. Espéreme, me estoy pintando las uñas y Patricio aquí me está platicando de Manzanillo. Joven, le falta su acta de creación. Como si no fuera a ser yo yo. Y son dos copias de su certificado de estudios elementales. Hoy es el día de los conserjes y no hay quién abra, nadie trabaja. A ver si con la ayuda del Licenciado Ortega ya saco mis papeles. El Licenciado se fue a una comida, ¿gusta seguirlo esperando? No, gracias, con las tres horas que llevo creo que ya es suficiente. Señor, ya traigo todos mis papeles. Pero todavía no nos mandan las calificaciones de los planteles. Hasta el 23. Gracias (no sé de qué). Vueltas y vueltas. El señor que lo atiende se enfermó. No, hoy se fue a comer. Sabe qué, joven ya se le pasó la fecha, ora se tiene que esperar hasta el otro año.

Llegó a su casa armando más revuelo que los cuatro jinetes del Apocalipsis.

—Papá, ¿porqué en la sociedad según esto "más evolucionada" del planeta se mantienen tantos parásitos y lacras humanas que nada más pranganean todo el día, y piden aguinaldo y dos meses de vacaciones pagadas? Ni los zopilotes.

—¿En qué otra sociedad, hijo? En otras sociedades los parásitos morirían. En la sociedad humana desde hace siglos es así. La burocracia se alimenta del trabajo de los caritativos ciudadanos que son un poco productivos. Por ejemplo, una hormiga que no trabaje, se moriría de hambre, bueno no he visto a ninguna hormiga que no trabaje. Tal vez porque todas necesitan trabajar.

—¿Y los zánganos?

—Ah, esos guardan energías para una orgía enorme que tienen con la reina, y necesitan descansar para aguantarle el ritmo.

—El sexo opuesto —suspira—. El hombre siempre le ha dado la espalda a la naturaleza.

—Somos su hijo pródigo.

—Como Zeus con Cronos.

—Ajá.

—Papá, voy a unirme al ejército.

—Ay, mi Mikelito.

 

19

Como en el ejército la burocracia también tenía sus raíces, Mik desistió de unírsele; hastiado de colas, documentos y exámenes médicos. No fuera a tener wab.

El cuarto día de la guerra. La ciudad estaba en ruinas. El padre de Mik pereció en los primeros combates. Tal vez fue mejor así. No sufriría al vivir lo que seguía.

Mik estaba desconsolado. No tenía razones para vivir. Sus deseos se habían extinguido. Se diría que había alcanzado el Nirvana, pero su situación no era de felicidad precisamente.

Vagando por los escombros de la ciudad se encontró con que el Muro también estaba derruido. En la Alameda todavía humeaban los pobres árboles hechos cenizas. Bellas Artes destruido. Pasó del otro lado del Muro. Nueve de cada diez edificios que días antes se erguían orgullosos ahora estaban en ruinas. El olor a cadáver chamuscado invadía el ambiente. Pasó por las ruinas de lo que fue el edificio del Correo Mayor. La casa de los Azulejos era uno de los pocos edificios que permanecían en pie. Por supuesto, Mik no sabía qué albergaban (o habían albergado) estos edificios ni su historia pasada. Penetró en la casa de los Azulejos. Parecía que un huracán había sido parido en los adentros de la mole de piedra. Todo estaba revuelto. No se podía decir muy bien qué había habido ahí. Escombros, muebles volteados, desolación. Subió las escaleras por el lado que seguía en pie. La obscuridad empezó a desaparecer. Entró en un salón grande, con espejos quebrados en las paredes. Las ventanas rotas filtraban una luz triste que iluminaba el polvo disperso por toda la estancia. En medio del desorden había un cuerpo inmóvil. Una mersefa. Estaba hincada. La ropa sucia y con manchas de sangre. Una larga cabellera negra, lacia, caía en el vacío, cuya trayectoria era desviada sólo por sus hermosos senos. Mik se acercó. La mersefa volteo a verlo. Unos inmensos ojos, mezcla del mar Caribe con sus arenas, verdes y cafés, lo miraron impasibles. De repente, se abalanzó hacia Mik gritando y llorando, hecha una furia. Mik le agarró los brazos y la mersefa calló impotente y sollozando. Impasible, Mik la sujetó del cuello hasta que la mersefa se puso color uva. Cuando la soltó ya había expirado.

Seguramente nuestros lectores habrán deducido que la mersefa era Casandra. Si esta fue su impresión, tememos informarles que han errado.

Una mersefa asombrosamente similar a la que acababa de matar Mik apareció delante de él. Sólo que esta tenía un sable en la mano.

Los lectores hacen bien en dudar, aunque esta mersefa sí era Casandra.

Como ya hemos dicho, Mik no tenía muchas ganas de vivir.

—Anda, mátame.

—¿Por qué?

—Porque ustedes han destruido todo lo que era algo para mí.

—¿Por qué la mataste a ella?

—Fue en defensa propia.

—¿Entonces porqué quieres que te mate yo y mataste a esa pobre por intentar lo que me pides?

—No sé. Me caes bien.

La agresividad de la conversación se tornó en casi casi una confesión mutua.

—Chale, y pensar que antes vivíamos juntos.—Pensaba en voz alta Mik.

—¿Sabes? Mi hermana amó a un hombre.

Mik había creído que ya no se podía sorprender más, pero como se ve, se equivocó. Casandra continuó:

—Tuvo un hijo, de la forma antigua, con ese hombre. Tenía dos años más que yo. Él fue como mi hermana. Mi hermana era mucho más grande. Lo criaron como si fuese una mersefa, para ocultarlo. Mi hermana nos enseñó muchas cosas sobre la humanidad antes de que se dividiera. Creo que fue un error. A mí me gustaría que todo fuese como antes.

Mik le respondió con la mirada 'Yo también', mientras se iba acercando a la mersefa. Casandra soltó el sable. Sus brazos rodearon el cuello de Mik. Unió sus labios a los del dilko. Este se quedó estupefacto (Nunca había besado a otro dilko). Aprendiendo rápidamente, Mik imitó a Casandra, y la naturaleza hizo el resto. Mik le desabrochó la blusa de seda escarlata a Casandra, dejando sus senos perfectos deslumbrándolo. Casandra hizo lo propio con una especie de chaleco que llevaba Mik. Le besó el torso desnudo mientras Mik se deleitaba por las caricias y por lo que acariciaba. Mik le desabrochó el pantalón y se lo bajó hasta los tobillos. Casandra se quitó los botines que llevaba y Mik pudo concluir con el pantalón. Casandra, hirviendo en deseo, le arrancó el minishort de polyester negro a Mik (como era la moda), Dejando una silueta perturbadora debajo de su ropa interior. Mik lanzó sus zapatos, mientras Casandra se asombraba bajándole y aventándole su ropa interior. Ansiosamente, se lanzó a besar el sexo de Mik, mientras este se deshacía en exclamaciones. Liberado Mik, contraatacó a Casandra mordiéndole un borde de su ropa interior, y así arrancándola. Se puso a besar, casi morder, todo el camino de las ingles de Casandra hasta su cuello, ida y vuelta, con escalas en su seno derecho al subir, y en el izquierdo al bajar. Perfectamente excitados, en una batalla sin tregua, Mik logró penetrar a Casandra, rasgando su virtud. Una mezcla de placer y dolor hacía gemir a Casandra. Otra mezcla igual hizo gemir a Mik, porque Casandra se desquitaba arañándole los glúteos hasta hacerlos sangrar, lo que parecía producir más placer que dolor. Furiosamente atrayéndose mutuamente vivieron y comprendieron el error en el que había caído la humanidad. Por un momento pareció que sus vidas se les escapaban, pero regresaron y los encontraron uno adentro del otro, dispuestos a no separarse jamás.

 

20

Se firmó un cese al fuego. Nadie ganó. Todos perdieron algo. Destrucción y muerte fue el saldo de este capricho de la humanidad, tan común durante su historia.

Las ciudades estaban abandonadas. Mik y Casandra se ocultaron en un edificio del paseo de Manzanares, donde dieron rienda suelta a su pasión. El edificio había sido convento hacía siglos, luego fue vecindad, después edificio público, luego un antro de mersefas. Cuando se separó la humanidad la dueña del antro lo hizo una especie de comuna para vivir con sus amigochas (que se mochan). Dos días antes una bomba había destruido la mitad del edificio, viejo como líder obrero. No se sabía que había sido de los habitantes del edificio, pero no había un alma en los alrededores. Había comida y una cama. Todo lo que necesitaban Casandra y Mik.

—¿Qué haremos? —Se decía Casandra en voz alta mientras reposaba con Mik en completo aletargamiento y meditación.

—Evolucionar. Es lógico, La evolución se da de la necesidad del hombre de mejorar. ¿Porqué?. Porque no vive contento. Así es que seguirá evolucionando hasta que alcance la perfección o su destrucción.

—Yo creo que más bien alcanzará la segunda.

—Lo mismo es con los individuos. Al vivir, tienen que estar buscando la perfección, una vez que dejan de buscarla, se vuelven parásitos, mediocres que no causan bien a nadie. Si alguien no evoluciona, sería mejor deshacerse de él.

—Pues creo que los únicos que evolucionan en esta sociedad somos tú y yo.

—¿Qué insinúas?

—Matémoslos. Al fin, todos nacieron para morir.

 

21

Fue muy fácil acabar con los dilkos y las mersefas.

Asesinaron a un dilko de la comisión de diálogo, las mersefas se indignaron, empezó la guerra otra vez. Los dilkos casi exterminados lanzaron bombas de quarks y la biosfera quedó casi destruida. Mik y Casandra se habían escondido en un antiguo túnel de paredes de plomo de unos trescientos metros de profundidad, por el que hacía siglos, antes de la Gran Guerra, iban a circular todos los camiones que entorpecían el tránsito y además transportaban materiales peligrosos. Nunca fue terminado, así es que una vez sellada la única entrada, no les afectó lo que sucedió afuera. Sintieron el estrépito de las bombas de quarks y unos días después salieron a la superficie. Si algún otro hombre sobrevivió a los quarks, nunca pudo contarlo.

 

22

Casandra y Mik veían a las plantas crecer de nuevo. Las montañas habían sido destruidas. Casi todos los rastros de que alguna vez hubo hombres que pisaron la Tierra fueron borrados. Casi todos los animales y plantas se extinguieron. El desierto fue poblándose de vida nueva, extraña hasta entonces para los ojos de los hombres. El sol se ponía y las estrellas empezaban a alumbrar. Era otro ocaso para la tierra, pero quizá el ocaso para los hombres. Unas cuantas nubes cubrían el cielo. Empezaba a llover. Mik le decía a Casandra, mientras esta acariciaba su fértil y abultado vientre:

—Seremos los padres de una nueva humanidad. Adán y Eva. Aprenderemos de los errores del pasado. Enseñaremos a nuestros hijos cuanto mal y cuanto bien hubo en la humanidad.

—¿Y crees que aprendan, o que la historia se repita?

—No lo sé.


Segunda Parte

Cuentos, poremas y una novela

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